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Iba de camino al oftalmólogo para hacerme una pequeña intervención. Imaginaros la consulta: paredes de madera, luz tenue y cálida, música clásica muy baja, centenares de libros y varios equipos médicos repartiéndose el espacio con una mesa de despacho y tres tinteros para una sola pluma.

Aquí es donde se va a desarrollar la historia de hoy. El médico es una persona de edad avanzada pero sin llegar a la jubilación, atento, educado y muy amable.

“Siéntese aquí” me dijo. Yo obedecí inmediatamente. Encendió una luz encima de mí y fue a comenzar su trabajo. Revisó mis ojos y mis parpados y se dispuso a ponerme un colirio.

Aquí es donde empieza la verdadera aventura. Al acercarse a mí, escuché un ruido, el ruido del tapón del recipiente de las gotas que rodaba por el suelo… Mire a mi acompañante, se sonrió a la vez que movía la cabeza.  Al momento, el colirio inundó mis ojos, quedaron completamente sedados.
Unos segundos después y tras recoger el tapón que había caído en el suelo, el médico me dijo de echarme unas gotas más de un colirio más fuerte.

Imaginaros nuestra sorpresa al oír rodar el tapón por segunda vez, volvió a caerse de sus manos. Otra vez cruce de miradas pero la sonrisa había mutado a cara de preocupación “¿Qué pasa aquí?”

Todo transcurrió de manera normal hasta el final de la intervención. No hubo más sorpresas pero, al salir y comentar los hechos con mi acompañante, señaló mi camiseta “!Ya entiendo todo!” “la próxima vez tendrás que venir con un jersey de cuello alto…”

Las risas brillaron en nuestra cara.

Todo tiene su lado positivo y es así como debemos de mirar todo lo que nos ocurre. No fijándonos y alimentándonos de lo negativo.

Una sensación divertida quedó en mi retina de ese momento, a pesar de la sedación. Y ya han transcurrido tres días y estoy casi casi perfecta.

¡Muy feliz noche!

Besicos cos cos