La primavera quiso que María fuera la afortunada mujer al sentir de nuevo el amor. Todo ocurrió sin querer. Una casualidad que dos personas se fijaran de forma intensa, llegando a enamorarse.

Mateo y María, eran simplemente conocidos, y debido a un problema que tuvo Mateo, María había sido su gran apoyo. De ser conocidos habían pasado a ser amigos.

María, transmitía una gran alegría. Sin darse cuenta había cambiado la vida de Mateo.
Eran dos almas gemelas. Adivinaban y  pensaban los dos a la vez. Su sentido del humor era muy similar y por ello fueron conectando cada vez más, hasta darse cuenta de que cupido había atravesado ambos corazones.

María, incrédula ante la nueva situación intentaba negar ese amor. Por sus vivencias había creado una gran coraza impenetrable para cualquier enamorado. Pero Mateo, un hombre de mundo, cuando se proponía algo, lo conseguía por encima de todo. Un luchador, sabedor de lo que quería y lo que le podía hacer feliz. En sus planes estaba María y por ello utilizó todas sus armas para ello.

María era lo que siempre había soñado. Una mujer completa, divertida, sensible, creativa, coqueta, atenta y noble y no podía permitirse el lujo de perderla.

María, se encontraba desconcertada, perdida entre sus sentimientos. Por un lado era precioso lo que sentía pero por  otro, no quería complicaciones.

Mateo era muy apasionado. Cuando se acercaba a María su pupila se dilataba, estaba enamorado. Su amor hacía que saltaran chispas en cada beso, en cada caricia, era todo ternura. Pasando del más bonito amor a una pasión incontrolable y divertida que condicionaba a María a pensar; sería la primavera la causante o bien, y aunque no quería ni pensarlo, pudiera tratarse de su futura alma gemela.