Esta vez toca visita cultural, en el Centro Comercial Augusta, exposición del hundimiento del Titanic. Desde el día 4 de Noviembre al 2 de Abril inclusive. 

Se que algunos estaréis pensando que hace días que tuvo lugar, pero a mi retina todavía llegan imágenes de dicha exposición. Verdaderamente me impactó.


Largas filas nos esperaban para ver una exposición realmente conmovedora.


En la entrada, impacta la decoración relacionada plenamente con lo que estamos a punto de ver, una exposición impresionante, que ha recorrido gran cantidad de ciudades como Varsovia y Madrid.

Apurando, apurando…fui a ver dicha exposición el penúltimo día. Había gente pero no tanta como el día de antes que no pude entrar por las largas filas…
Casualidades de la vida, ese mismo día, emitían en la tv la película del TITANIC.
Al entrar, tienes que posar para fotografiarte, como si fueras a hacer un crucero en ese momento y te retratan.
A continuación, y escuchando toda la explicación a través de unos auriculares, la verdadera historia del Titanic: la audioguía (gratuita con la entrada) acompaña al visitante por todo el recorrido, narrando mediante una voz, música y testimonios de los supervivientes la historia del «Titanic».
Encontré una exposición donde combinan las imágenes con los objetos conservados de dicho hundimiento. 
Pude admirar recreaciones de estancias, un camarote, pasillos de primera clase, anillos de pasajeros como el de la pasajera Gerda Lindell.
El Titanic, se hundió en la madrugada del 15 de abril de 1912, en las frías aguas del Atlántico, impactando contra un iceberg. Murieron 1495 personas. 
Es sobrecogedor, poder admirar objetos personales (alrededor de 200) tan bien cuidados así como el mobiliario del barco.

Con todas las luces encendidas, a toda máquina hacia el desastre, mientras sonaba la música. Aquella noche inolvidable, el destino escribió su historia en los brazos de este barco considerado inundible. El mundo ya no volvería a ser el mismo, ni la humanidad a confiar en su orgullo. Hace un siglo que se hundió el Titanic, llevándose al húmedo abismo a la mayor parte de la tripulación y el pasaje, dejándonos mudos de asombro y ateridos de miedo. 
Era el Titanic la mayor construcción civil que había creado el hombre, un coloso de la técnica forrado de belleza y lujo, la apoteosis de la vanidad. Fue proclamado insumergible sin recordar que ni Odiseo pudo retar impunemente a Poseidón, así que ni te digo los astilleros de Belfast y un capitán amable pero sin carisma. 
Cuando el seno de las aguas se abrió para tragarse al barco como la ballena a Jonás, la succión levantó una ola que no ha dejado de lamer nuestras conciencias incesante e insidiosamente durante cien años. Ese drama marino se llevó un transatlántico y nos dejó un nombre para adjetivar la catástrofe. 

No queda ya nadie que viviera aquella noche terrible (la última superviviente, Millvina Dean, que tenía entonces 10 semanas, falleció en 2009), pero si cerramos los ojos, todos notamos la cubierta ceder bajo nuestros pies, la muerte subir a buscarnos y el aire helado llenarse de las voces de los moribundos y el lánguido chapoteo de los ahogados. 
El Titanic es una de las grandes metáforas de nuestro tiempo y de nuestras vidas, con la salvedad de que del último naufragio, el que nos llega inexorablemente a cada uno, no suele haber supervivientes. 
“La grandeza del barco, su opulencia y su tragedia”, eso recordamos del Titanic, reflexiona Robert Ballard, el hombre que levantó el acuático sudario de sombras y encontró el buque allá abajo, a casi 4.000 metros de profundidad, en 1985, renovando el interés sobre su singladura y su hundimiento. “El drama, el tempo con el que sucedió, que parece marcado para aumentar el suspense, los errores, las historias personales de cada uno de los viajeros, todo eso nos fascina generación tras generación”. 
“Desde 1912 han ocurrido muchas cosas peores en términos de pérdida de vidas humanas”, medita otro de los grandes nombres en la historia reciente del Titanic, James Cameron, que nos lo devolvió envuelto en celuloide y con una pareja de enamorados adornando su proa legendaria. “Ha habido dos guerras mundiales, genocidio, el uso de armas atómicas contra blancos humanos. Pero hay algo especial que perdura de la historia del Titanic. 
Es como la novela perfecta, una novela que sucedió realmente. Había arrogancia en esa gente que pensaban que podían hacer que un barco con más de 2.000 personas a bordo fuera a toda velocidad a través de una zona desconocida de icebergs pese a las advertencias.
Pensaban: «No nos puede pasar a nosotros. Somos demasiado grandes para caer». ¿Cuándo hemos oído eso antes? Hay muchos paralelos con nuestra existencia de hoy día en esa historia”.
James Cameron «Perdura porque es la novela perfecta» 

Cameron, que vuelve este abril del centenario con su filme Titanic (1997) remasterizado en 3D y como protagonista de un documental de National Geographic Channel sobre el barco, recuerda que la del Titanic es una historia con héroes y cobardes, ricos y pobres, supervivientes y víctimas, decisiones correctas y equivocadas. Resulta fascinante asomarse a las cubiertas del barco y revivir todo ese microcosmos que, como el agua que lo rodea, nos devuelve una mirada morbosamente especular sobre nosotros mismos. ¿Qué papel tendríamos a bordo en la gran función de aquella noche? ¿Qué cartas nos repartiría el destino y cómo las hubiéramos jugado? 
El Titanic zarpó de Southampton (Reino Unido) hacia Nueva York el 10 de abril de 1912. Era el viaje inaugural y a bordo se acomodaban algunos de los miembros más distinguidos de la alta sociedad de la época. A la altura de Terranova, en pleno Atlántico, el 14 de abril, a las 23.40, en medio de una calma absoluta y una noche espectacularmente estrellada, chocó por el costado de estribor con un iceberg que no fue avistado a tiempo para eludirlo del todo. Dos horas y cuarenta minutos después, ya iniciado el día 15, el barco se hundió, tras irse sumergiendo poco a poco, de manera inexorable. La noticia provocó un efecto similar al del 11-S. Había sucedido lo impensable. El desastre escapaba a todo lo imaginable. Las torres no podían caer, ni el Titanic hundirse.
La cifra de pasajeros y supervivientes varía algo según las fuentes. Una de las cuentas más aceptadas contabiliza un total de 2.228 personas a bordo (lejos de la capacidad del buque, de 3.547), 1.343 pasajeros y 885 tripulantes. Murieron 1.523 personas. Se salvaron 705; de ellas, solo 210 miembros de la tripulación, lo que indica que esta fue abnegada (y anegada). La mortandad más alta tuvo lugar –como era previsible, sobre todo si uno ha visto la película de Cameron– entre los pasajeros de tercera clase (75% de bajas). En primera clase se salvaron el 60% de los viajeros, aunque solo el 31% de los hombres (el 94% de las mujeres y niños). En tercera clase, el porcentaje de salvados desciende al 25% (el 14% de los hombres y el 57% de las mujeres y niños). Ser hombre y viajar en tercera era, con los datos en la mano, una pésima opción. 
Hubo muchas actitudes que, más que valerosas, fueron frívolas, por no decir directamente gilipollas. El millonario canadiense John Hugo Ross, informado del percance en su camarote, pronunció una de las frases de la noche: “Hace falta más que un iceberg para que yo me levante de la cama”. Murió ahogado. A Ben Guggenheim, en traje de etiqueta en la cubierta ladeada, se le acredita haber dicho: “Estamos listos para morir”. 
A la vista de cuánta gente se ahogó por no disponer de bote, entre ellos 53 de los 76 niños que viajaban en tercera clase, resulta escandaloso que muchos se llenaran solo a medias o que se salvaran en ellos, según algunos testimonios, hasta tres perros (un pequinés y dos pomeranias), mascotas todos de pasajeros de primera. 

El Titanic se partió en dos con un ruido estremecedor antes de hundirse. El hallazgo del buque en el fondo del mar ha confirmado esa fractura. En ese abismo oscuro, adonde no llega ni la música de Celine Dion, el buque lleva una segunda vida peinado de algas, desolación y derrota, pese a los 11 oscars. En ese templo de las anémonas y los sueños perdidos descansan historias no contadas, misterios y seguramente algunos tesoros, no el menor un manuscrito de Conrad. “Descubrir el Titanic fue muy emocionante”, recuerda Ballard, que ya no tiene empacho en reconocer que la búsqueda del buque sirvió de tapadera para localizar dos submarinos nucleares de EE UU hundidos. “Pero haciéndolo abrimos una caja de Pandora”. Los restos atraen curiosos, cazatesoros y turistas con posibles. Ballard y su equipo, conscientes de estar ante el testimonio de una tragedia, decidieron no tocar nada.
El capitán del barco era E. J. Smith. En las profundidades se pudieron descubrir platos, maletas, salvavidas, botellas lámparas, retretes, etc.
Esta es la historia de un reto, un reto que finalmente acabo bajo las aguas, unas aguas que nos demostraran siempre que la soberbia y las catástrofes están reñidas y a la vez se dan la mano.
Bienvenidos al Titanic, una historia irrepetible de vanidad que nos sobrecogerá toda nuestra vida…

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Os dejo una fotito de una de mis sesiones para que no me echéis de menos….Besicos cos cos muy veraniegos

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¿Recordáis cuando la tele era en blanco y negro? Recordáis cuando la visteis en color por primera vez… Los vestidos eran rojos, el césped, verde, el cielo era azul. Las cosas más cotidianas, las que están a nuestro alrededor, son más tristes si las miramos en blanco y negro, porque amamos el color.

El color es vida, es alegría. Esto es lo que nos transmiten las fotografías de Ana García Torroba con su nueva serie a la que ha titulado «Yo amo el color». En ella, azules, rojos, amarillos, se mezclan con pequeños objetos olvidados, pajitas, abanicos, tenedores, botellas, dándoles vida de nuevo..

Todo un universo de color porque ¡Yo amo el color!. ¿Y tú?





Texto de Pilar Royo Martín
Exposición «Yo amo el color» de Ana García Torroba
Lugar: Birosta Bar – C/ Universidad 3
Fecha: Desde el Miércoles 12 al 31 de Julio
Hora: 19:00